Trabajar desde casa no es tan fácil como dicen: mi experiencia real con el teletrabajo
Recuerdo claramente el primer día que me dijeron que trabajaría desde casa. Fue como si me hubieran dado la mejor noticia del año. ¿Quién no quiere trabajar en pijama, sin tener que lidiar con el tráfico, y con la libertad de ir a la cocina por un café cuando quiera? Sonaba perfecto. Pero con el tiempo, descubrí que el teletrabajo, aunque tiene muchas ventajas, también viene con desafíos que nadie te cuenta. Hoy quiero contarte mi experiencia, sin filtros, sin adornos. Tal como fue.
La luna de miel del home office
Cuando empecé a trabajar desde casa, todo era novedad. Me sentía libre, más productivo, e incluso más feliz. Tenía control sobre mi tiempo y eso me hacía sentir poderoso. Me despertaba a las 7:30 am, tomaba un café, me duchaba (a veces), y me sentaba frente al computador a las 8:00 am.
Durante los primeros días, mi productividad se disparó. Al no tener que perder tiempo en desplazamientos ni estar rodeado de distracciones de oficina, terminaba mis tareas más rápido. Incluso podía adelantar cosas para el día siguiente. Me sentía imparable.
Sin embargo, esta luna de miel no duró mucho.
Cuando la casa deja de sentirse como un hogar
Después de unas semanas, empecé a notar que algo no estaba bien. Lo primero fue esa sensación de que ya no había una línea clara entre mi vida personal y mi trabajo. La casa, que antes era mi refugio, se convirtió en mi oficina, mi sala de reuniones, mi lugar de almuerzo y mi espacio de descanso… todo al mismo tiempo.
Mi cama comenzó a estar a solo unos pasos del escritorio. Y muchas veces, sin darme cuenta, trabajaba desde ahí. Eso que tanto criticaba de otros, lo empecé a hacer yo también. ¿El resultado? Empecé a dormir mal. Mi mente asociaba ese espacio con trabajo, correos, tareas pendientes.
La desconexión real se volvió casi imposible.
La trampa del “puedes manejar tu tiempo”
Uno de los mayores mitos del teletrabajo es que puedes “organizar tu tiempo como quieras”. Y sí, en teoría eso es cierto. Pero en la práctica, el tiempo empieza a desdibujarse.
Al principio me prometía que haría pausas activas, que saldría a caminar, que no almorzaría frente a la pantalla. Pero al final, todo se convirtió en una rutina sin pausas, donde trabajar más horas se volvió la norma.
¿Y lo peor? Nadie me lo pedía. Yo solito me metí en ese ciclo.
Las distracciones en casa: el enemigo silencioso
Otra cosa que no te dicen del teletrabajo: las distracciones del hogar son más peligrosas de lo que parecen.
En la oficina, puede que un compañero te interrumpa con una pregunta, pero en casa el abanico de distracciones es infinito: el perro que ladra, el vecino que pone música a todo volumen, el repartidor que timbra a cada rato, la tentación de poner una serie “solo un ratito”, y el celular… ¡ay, el celular!
Tu productividad se convierte en una batalla constante entre lo que deberías estar haciendo y lo que puedes hacer “porque estás en casa”.
La soledad: la parte que nadie quiere admitir
Este punto para mí fue el más difícil de todos.
En la oficina uno socializa, conversa, hace chistes, incluso se queja del jefe con los compañeros. Todo eso, aunque no lo parezca, ayuda a sobrellevar el trabajo. Pero cuando estás en casa, solo, frente a una pantalla, esa parte desaparece.
Al principio no lo noté. Pero después de varios meses, empecé a sentirme aislado. Y no, no bastaba con los mensajes de WhatsApp o las videollamadas. No es lo mismo. Me sentía desconectado del equipo, del ambiente, de las pequeñas cosas que hacen que trabajar con otros valga la pena.
El síndrome del trabajador fantasma
Algo curioso que me pasó fue que, con el tiempo, empecé a sentir que si no estaba constantemente disponible, pensaban que no estaba trabajando. Empecé a contestar correos fuera de horario, a decir que sí a todo, a estar siempre conectado “por si acaso”.
Se generó en mí una especie de ansiedad de rendimiento. Como nadie me veía trabajar, sentía que tenía que probar que sí lo hacía. Esto me llevó a una especie de agotamiento silencioso, en el que, aunque no salía de casa, terminaba cada día más cansado que cuando iba a la oficina.
Las reuniones eternas (y a veces inútiles)
Otra realidad del teletrabajo: las reuniones virtuales se multiplican. A veces son necesarias, sí. Pero muchas veces son innecesarias y solo terminan alargando la jornada laboral.
Lo peor es que algunas personas sienten la necesidad de demostrar que están trabajando hablando mucho, y eso hace que cada reunión dure más de lo que debería.
A veces me encontraba con cuatro reuniones seguidas, sin tiempo para respirar, comer, o simplemente ir al baño. Todo por estar frente a una pantalla.
Cuando el trabajo invade tus emociones
Quizás lo más difícil de todo fue ver cómo el trabajo empezó a afectar mi estado de ánimo. Me volví más irritable, menos tolerante, y con menos ganas de hacer cosas que antes me gustaban.
El simple hecho de saber que al día siguiente tenía otra jornada igual, frente al mismo escritorio, en la misma silla incómoda, me desanimaba.
Tuve que aprender a poner límites. Tuve que reaprender a vivir.
Lo que aprendí después de un año trabajando desde casa
Aunque el balance ha sido duro, también ha sido valioso. Aprendí muchas cosas, algunas a la fuerza, pero hoy las agradezco. Aquí te comparto lo que me ha funcionado:
- Tener un espacio de trabajo definido (¡fuera de la cama, por favor!).
- Establecer horarios reales y cumplirlos.
- Vestirme como si fuera a la oficina, aunque no salga (esto cambia tu chip).
- Hacer pausas activas, aunque sean solo 5 minutos cada hora.
- Decir no a reuniones innecesarias y proponer alternativas como correos.
- Hablar con otros, aunque sea solo para decir cómo va el día.
- Desconectarme realmente al final de la jornada (cerrar laptop, apagar notificaciones).
- Tener algo que me motive fuera del trabajo, ya sea una serie, un hobby o salir a caminar.
Conclusión: No es fácil, pero tampoco imposible
Trabajar desde casa no es tan fácil como dicen. Es cómodo, sí. Es flexible, también. Pero no es el paraíso que muchos venden en redes sociales.
Es un proceso que requiere mucha autodisciplina, autoconocimiento y empatía con uno mismo. No todos están hechos para eso, y está bien. No se trata de romantizar ni demonizar el teletrabajo, sino de entender que es una opción más, con pros y contras.
Si estás en este camino o estás pensando en dar el paso, ojalá mi experiencia te sirva. No estás solo en esto, y aunque parezca que todos lo están manejando perfecto… créeme, no es así. Todos estamos aprendiendo.